Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe

26 de febrero de 2011

Edogawa Rampo

Edogawa Rampo(1894/1965) es el pseudónimo de Hirai Tarō (平井 太郎). Este es el escritor japonés de  terror y misterio más conocido. Fue un gran admirador de los escritores de misterio de Occidente, en especial de Edgar Allan Poe. El seudónimo "Edogawa Ranpo" es, de hecho, "Edgar Allan Poe" pronunciado a la japonesa.

21 de febrero de 2011

Noche

Charlie no podía dormir. Se despertó en mitad de la noche, agitado por el miedo que sus sueños escondían. Era la primera vez que los monstruos de sus libros y películas le atacaban en sueños. Pero ellos no solían hacerlo. “¿Por qué?”  Se preguntaba Charlie. “¿Por qué han elegido esta noche para visitarme?” Charlie no solía tener pesadillas, ni siquiera pasaba miedo. Pero esa noche, Charlie no podía dormir. Se levantó para espabilarse un poco. Si tenía que luchar contra sus monstruos, mejor no hacerlo dormido. Escuchó un crujido que venía del armario. “No” Pensó Charlie. “Los monstruos no son tan tontos como para esconderse en mi armario”. Así que se dirigió hacia la ventana. Charlie pensó que si los monstruos querían huir, lo harían por la puerta. ¿Pero de qué se escondían? ¿De él? ¡Si sólo tenía diez años! Sí. Charlie era un niño de diez años. Y no le gustaba la noche. Por el día, en cambio, sí que le gustaba quedarse en casa a mirar por la ventana. Esa misma ventana a la que se dirigía ahora con cautela, intentando no hacer ruido. Alargó el brazo y descorrió las cortinas. Fuera, la luna envolvía la noche con su luz, aquella luz que le robaba al sol. A Charlie le gustaba mirar por la ventana, pero no de noche. Nunca antes lo había hecho. Se asomó un poco más, intentando ver más allá de los columpios de su jardín. Pero todo estaba muy oscuro. Nunca antes había pensado en lo oscura que era la noche. Nunca antes se había despertado en sueños. “¿Por qué no puedo ver más allá?” Se preguntaba Charlie. “Quiero saber qué hay detrás del bosque. ¿Hay lo mismo que por el día? ¿Viven las ardillas en el bosque por las noches?” A Charlie le preocupaba no estar en su casa. Le preocupaba que todo a su alrededor cambiase por la noche. Los árboles no mantenían su color, ahora eran más apagados. Árboles tenebrosos envueltos en niebla que parecían querer alzarse cada vez más alto para tocar la luna con sus ramas. Los columpios se balanceaban solos, con un chirrido espeluznante que le recordaba a las tardes de lluvia. “No hay nadie ahí fuera” Pensaba. “Entonces… ¿por qué se mueven? ¿Y si los niños se vuelven invisibles por las noches para salir a jugar? Así, los monstruos no pueden verlos” Aunque en el fondo, Charlie sabía que no era más que el viento. Pero era un niño. ¿Por qué no podía jugar con su imaginación? Cuando miraba por la ventana en las tardes soleadas, jugaba a imaginar. Imaginaba la vida de las personas, de sus vecinos. Charlie sabía diferenciar la realidad, pero le gustaba pensar que los coches allí aparcados eran majestuosos carruajes de dos caballos. Pero esta vez no era como las demás. Esta vez era de noche. Y no había nadie en la calle. El viento aullaba con tristeza, y la luna se negaba a alumbrar más allá de su jardín. Charlie quería salir. Quería sentir el viento, quería que la luna le envolviese también a él. Pero recordó a los monstruos. Aquellos monstruos que lo habían despertado y habían huido por la puerta. Pero seguían en su cabeza. “¿Por qué?” Charlie volvió a asomarse a la ventana, y alcanzó a ver las estrellas. “¿Por qué os escondéis por el día?” Les preguntó “Así no puedo veros. Aunque ahora vosotras no podéis verme a mí. Pero yo no tengo miedo. ¿Vosotras tenéis miedo?”  Charlie no esperaba respuesta. Volvió a correr la cortina y se dirigió hacia su cama. Se acurrucó junto a su peluche y se arropó. Lo único que quería era volver a dormirse. Pero no podía. Charlie pensaba, y pensaba. Pensaba en los monstruos de sus cuentos, en la luna, en las estrellas y los árboles que intentaban alcanzarlas. “Al menos no he pasado miedo.” Pensó Charlie. “Bueno… quizá un poco”.
Esa noche Charlie no podía dormir.



Escrito por Lorena