Edgar Allan Poe

Edgar Allan Poe
Edgar Allan Poe

7 de febrero de 2012

Románticos alemanes

GOETHE
Johann Wolfgang von Goethe. Alemania 1749-1832.


Balada de Mignon

¿Conoces tú la tierra que al azahar perfuma
do en verde oscuro brillan naranjas de oro y miel,
donde no empaña el cielo caliginosa bruma
y entrelazados crecen el mirto y el laurel?
¿No la conoces? dime.
                            Es allí, es allí
                            donde anhelo ir contigo
                            a vivir junto a ti.

¿Conoces tú el palacio que un rey pomposo habita,
con pórtico y salones que alumbra tanta luz?
Y príncipes de mármol, que al verme: «¡Pobrecita!
diránme; ¿qué te has hecho? ¿de dónde vienes tú?»
                             Es allí, es allí
                             do quiero estar contigo
                             y vivir junto a ti.

¿Conoces tú aquel monte que une al abismo un puente,
que escalan las acémilas en lenta procesión,
donde retumba el trueno e hidrópico el torrente
se precipita altísimo con resonante son?
¿Conócelo, oh maestro?
                              Por ahí, por ahí
                              anhelo irme contigo
                              a vivir junto a ti.

                                                                                        Versión de Rafael Pombo

Fausto, capítulo 5.

MEFISTÓFELES : (Al disiparse la niebla aparece con la figura de un estudiante viajero desde detrás de la estufa.)
¿A qué viene tanto ruido?, ¿en qué puedo servir al señor?
FAUSTO :
¿Esto es lo que había dentro del perro de aguas? ¿Un estudiante viajero? Esto me hace reír.
MEFISTÓFELES :
Saludo al erudito señor. Me ha hecho usted sudar la gota gorda.
FAUSTO :
¿Cuál es tu nombre?
MEFISTÓFELES :
La pregunta me parece de poca categoría para alguien que desprecia la Palabra; para alguien que,
desdeñando toda apariencia, busca la esencia ahondando en las profundidades.
FAUSTO :
En vuestro caso, señor, se puede llegar a la esencia conociendo el nombre; esto ocurriría si supiera, con
toda claridad, si os apellidáis «Dios de las moscas», «Corruptor» o «Mentiroso». Bueno, ¿quién eres?
MEFISTÓFELES :
Una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien.
FAUSTO
¿Qué significa ese acertijo?
MEFISTÓFELES :
Soy el espíritu que siempre niega. Y lo hago con pleno derecho, pues todo lo que nace merece ser
aniquilado, mejor sería entonces que no naciera. Por ello, mi auténtica naturaleza es eso que llamáis
pecado y destrucción, en una palabra, el Mal.
FAUSTO :
¿Por qué te defines como parte si estás entero ante mí?
MEFISTÓFELES :
Te diré una discreta verdad: aunque el hombre, ese pequeño mundo de locos, suele considerarse un todo,
yo soy una parte de la parte que al principio lo era todo. Soy una parte de la oscuridad que la luz
engendró, esa luz soberbia que le disputa a la madre noche su antiguo rango y su lugar. Sin embargo,
aunque se esfuerce no lo logra, pues está presa de los cuerpos. Surge de los cuerpos y a los cuerpos.

Texto de la obra Fausto, de Goethe. http://www.librospdf.net/Fausto-goethe/1/

HÖLDERLIN
Friedrich Hölderlin. Alemania 1770- 1843.

El consenso público

¿No es más bella la vida de mi corazón
desde que amo? ¿Por qué me distinguíais más
cuando yo era más arrogante y arisco,
más locuaz y más vacío?

¡Ah! La muchedumbre prefiere lo que se cotiza,
las almas serviles sólo respetan lo violento.
Únicamente creen en lo divino
aquellos que también lo son.

                                         Versión de Federico Gorbea

La despedida

¿Queríamos separarnos? ¿Era lo justo y lo sabio?
¿Por qué nos asustaría la decisión como si fuéramos a cometer un crimen?
¡Ah! poco nos conocemos,
pues un dios manda en nosotros.

¿Traicionar a ese dios? ¿Al que primero nos infundió
el sentido y nos infundió la vida, al animador,
al genio tutelar de nuestro amor?
Eso, eso yo no lo hubiera permitido.

Pero el mundo se inventa otra carencia,
otro deber de honor, otro derecho, y la costumbre
nos va gastando el alma
día tras día disimuladamente.

Bien sabía yo que como el miedo monstruoso y arraigado
separa a los dioses y a los hombres,
el corazón de los amantes, para expiarlo,
debe ofrendar su sangre y perecer.

¡Déjame callar! Y desde ahora, nunca me obligues a contemplar
este suplicio, así podré marchar en paz
hacia la soledad,
¡y que este adiós aún nos penenezca!

Ofréceme tú misma el cáliz, beba yo tanto
del sagrado filtro, tanto contigo de la poción letea,
que lo olvidemos todo
amor y odio!

Yo partiré. ¡Tal vez dentro de mucho tiempo
vuelva a verte, Diotima! Pero el deseo ya se habrá desangrado
entonces, y apacibles
como bienaventurados

nos pasearemos, forasteros, el uno cerca al otro conversando,
divagando, soñando, hasta que este mismo paraje del adiós
rescate nuestras almas del olvido
y dé calor a nuestro corazón.

Entonces volveré a mirarte sorprendido, escuchando como otrora
el dulce canto, las voces, los acordes del laúd,
y más allá del arroyo la azucena dorada
exhalará hacia nosotros su fragancia.
                                                                                              Versión de Helena Araújo
NOVALIS
Georg Philipp Friedrich von Oberwiederstedt. Alemania, 1772-1801.

Himnos a la noche
1

¿Qué ser vivo, dotado de sentidos, no ama,
por encima de todas las maravillas del espacio que lo envuelve,
a la que todo lo alegra, la Luz
–con sus colores, sus rayos y sus ondas; su dulce omnipresencia–,
cuando ella es el alba que despunta?
Como el más profundo aliento de la vida
la respira el mundo gigantesco de los astros,
que flotan, en danza sin reposo, por sus mares azules,
la respira la piedra, centelleante y en eterno reposo,
la respira la planta, meditativa, sorbiendo la vida de la Tierra,
y el salvaje y ardiente animal multiforme,
pero, más que todos ellos, la respira el egregio Extranjero,
de ojos pensativos y andar flotante,
de labios dulcemente cerrados y llenos de música.
Lo mismo que un rey de la Naturaleza terrestre,
la Luz concita todas las fuerzas a cambios innúmeros,
ata y desata vínculos sin fin, envuelve todo ser de la Tierra con su imagen celeste.
Su sola presencia abre la maravilla de los imperios del mundo.

Pero me vuelvo hacia el valle,
a la sacra, indecible, misteriosa Noche.
Lejos yace el mundo –sumido en una profunda gruta–
desierta y solitaria es su estancia.
Por las cuerdas del pecho sopla profunda tristeza.
En gotas de rocío quiero hundirme y mezclarme con la ceniza.
–Lejanías del recuerdo, deseos de la juventud, sueños de la niñez,
breves alegrías de una larga vida,
vanas esperanzas se acercan en grises ropajes,
como niebla del atardecer tras la puesta del Sol–.
En otros espacios abrió la Luz sus bulliciosas tiendas.
¿No tenía que volver con sus hijos,
con los que esperaban su retorno con la fe de la inocencia?

¿Qué es lo que, de repente, tan lleno de presagios, brota
en el fondo del corazón y sorbe la brisa suave de la melancolía?
¿Te complaces también en nosotros, Noche obscura?
¿Qué es lo que ocultas bajo tu manto, que, con fuerza invisible, toca mi alma?
Un bálsamo precioso destila de tu mano,
como de un haz de adormideras.
Por ti levantan el vuelo las pesadas alas del espíritu.
Obscuramente, inefablemente nos sentimos movidos
–alegre y asustado, veo ante mí un rostro grave,
un rostro que dulce y piadoso se inclina hacia mí,
y, entre la infinita maraña de sus rizos,
reconozco la dulce juventud de la Madre–.
¡Qué pobre y pequeña me parece ahora la Luz!
¡Qué alegre y bendita la despedida del día!
Así, sólo porque la Noche aleja de ti a tus servidores,
por esto sólo sembraste en las inmensidades del espacio las esferas luminosas,
para que pregonaran tu omnipotencia –tu regreso– durante el tiempo de tu ausencia.
Más celestes que aquellas centelleantes estrellas
nos parecen los ojos infinitos que abrió la Noche en nosotros.
Más lejos ven ellos que los ojos blancos y pálidos de aquellos incontables ejércitos
–sin necesitar la Luz,
ellos penetran las honduras de un espíritu que ama–
y esto llena de indecible delicia un espacio más alto.
Gloria a la Reina del mundo,
a la gran anunciadora de Universos sagrados,
a la tuteladora del Amor dichoso
–ella te envía hacia mí, tierna amada, dulce y amable Sol de la Noche–
ahora permanezco despierto
–porque soy Tuyo y soy Mío *
 tú me has anunciado la Noche: ella es ahora mi vida
–tú me has hecho hombre–
que el ardor del espíritu devore mi cuerpo,
que, convertido en aire, me una y me disuelva contigo íntimamente
y así va a ser eterna nuestra Noche de bodas.

* _ Al reconocer su pertenencia a la Noche, el poeta cobra conciencia de la plena posesión de sí mismo.

Hymnen an die Nacht, 1797-1800. Traducción y notas de Eduardo Barjau en Himnos a la Noche, Madrid, Editora Nacional, 1975.


1 comentario:

  1. ¿Sabéis que la novelita Werther de Goethe estuvo prohibida porque inducía a los jóvenes al suicidio? Es una novela de amor y desamor que vuelve locos a quienes la leen.

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