Edgar Allan Poe

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Edgar Allan Poe

4 de marzo de 2011

La mansión de la tía Marina


23 de Febrero de 1984. Tarde lluviosa. La pequeña Évelyn pasaba las horas frente a la ventana, viendo como las grandes nubes grises descargaban su furia sobre el pequeño pueblo de Serviche.
Évelyn era una niña de 8 años. Tenía el pelo rubio, una cara tan blanca como la nieve y unos enormes ojos azules. Tiempo atrás había sido una niña muy activa, divertida y bondadosa. Siempre estaba ocupada, debido a que asistía a numerosas actividades, pero aún así nunca le negaba la palabra a nadie y siempre estaba dispuesta a ofrecer una porción de su valioso tiempo a todo aquel que lo demandase. Pero hacía ya un año que Évelyn había perdido su vitalidad y su diversión, ya no le apetecía hablar con nadie, y se pasaba los días frente a la ventana de su habitación en aquel pequeño y maloliente orfanato.
Évelyn se encontraba en aquel cutre orfanato debido a que un año atrás le había llegado la mala noticia de que sus padres habían tenido un accidente de tráfico, mientras regresaban del trabajo, en el cual los dos fallecieron. Évelyn se encontraba en su habitación con una foto de sus padres y ella en la nieve, de hacía ya un par de años, cuando la pequeña todavía le llegaba a su padre por la cintura. La niña esperaba con gran impaciencia a sus padres porque deseaba decirles que había sacado un 10 en su primer examen. La niñera de la pequeña, Marta, entró en su habitación llorando para contarle lo ocurrido. Acto seguido de la impactante noticia, la foto que Évelyn sostenía con fuerza, cayó al suelo haciéndose pedazos el bonito marco y el cristal que la adornaban, debido a que las manos de la niña se abrieron inmediatamente para ser conducidas hacia sus brillantes ojos. A partir de ese momento la vida de Évelyn y ella misma cambiaron por completo.
Évelyn era hija única y no tenía ningún familiar cercano, excepto su tía Marina, a la que ni siquiera conocía, por tanto tuvo que ser trasladada al orfanato más próximo. La pequeña se convirtió en una niña triste y sin ganas de vivir, ya no asistía a clases de piano o danza como solía hacer antes, ya ni siquiera sonreía. Se pasaba los días frente a la ventana de su habitación esperando que alguien llegase desde muy lejos para invitarla a vivir con él. Finalmente ese día llegó.
La hermana Arcen entró como cada mañana en la habitación de la pequeña, pero esta vez con un objetivo distinto, comunicar a la niña que habían venido a recogerla. Era su tía Marina, la mujer que vivía a las afueras de la ciudad. La tía Marina era una mujer de unos 60 años, aunque parecía mucho mayor. Tenía el pelo completamente blanco, unas enormes ojeras negras que le llegaban casi a los pómulos y una cara tan pálida que parecía como si le acabasen de dar un gran susto. La tía Marina era muy delgada y bastante alta, tanto que al entrar en el orfanato tuvo que bajar la cabeza para no darse con el marco de la puerta principal.
La hermana Arcen ayudó a la niña a hacer su equipaje y las acompañó a la puerta. Estando ya fuera, Arcen se despidió de la niña dándole un beso en su colorada mejilla, y acto seguido le dijo que por favor tuviese mucho cuidado y que no se dejase llevar por nadie, que ella era una chica fuerte y que aprendería a sobrevivir. Estas palabras se clavaron el la mente de la pequeña y esta agarró con fuerza la mano de la hermana Arcen articulando a la misma vez su primera palabra después de un año, “gracias”. Esta sería la primera y última palabra que la hermana Arcen escucharía de la dulce boquita de Évelyn. La pequeña había esperado ese momento durante todo un año, sin embargo su cara no mostraba felicidad, sino miedo. Había algo extraño en la mirada de la tía Marina que a ella no le gustaba. La niña mostraba su miedo apretando con fuerza la mano de Arcen, la cual parecía que no iba a soltar jamás, pero aquella extraña mujer tiró con fuerza de su otra mano arrastrándola hasta el coche que había aparcado en la acera de enfrente.
Aunque el viaje no duraba más de 30 minutos, a la pequeña Évelyn se le hizo como si llevase metida en aquel coche más de cinco interminables horas. Por fin, la tía Marina paró el coche frente a una gran mansión oscura y con un aspecto bastante envejecido, que encajaba a la perfección con el perfil de su tía. La pintura estaba descorchada como consecuencia de las lluvias y tormentas que a menudo acechaban en aquel pequeño y tenebroso pueblo. A algunas ventanas les faltaban los cristales, y aquella gran puerta de madera gris parecía que tenía más de 200 años. La mansión estaba aislada de todo, no tenía ningún vecino, ninguna tiendecita, ningún lugar por el que pudiese haber el más mínimo tránsito de gente. Évelyn bajó bastante asustada del coche, cogió su maleta y se paró frente a aquella extraña puerta. La pequeña estaba aterrada, y ahora más que nunca pensó en las palabras de la hermana Arcen, abrió los ojos y caminó con valentía hacia dentro sin detenerse un segundo.
Su tía Marina la acompañó a la habitación en la que se alojaría durante bastante tiempo. Subieron unas grandes escaleras de caracol, las cuales dirigían hacia una largo pasillo oscuro. Su tía le mostró su habitación, era la última del pasillo y aquello a Évelyn lo le gustaba nada. Le preguntó a su tía si no podría alojarse en una de las 12 habitaciones restantes. A ella nunca le habían gustado los lugares que caían de esquina, debido a que con solo tres años vio morir a su abuelo en la última habitación de su antigua casa, pero la tía Marina le respondió que no, que las demás habitaciones estaban ocupadas.
Había algo extraño, la pequeña en todo momento había pensado que la tía Marina vivía sola, pero no se atrevió a preguntar nada. Volvió a recoger su maleta del suelo y se dirigió hacia su habitación. Al llegar a la puerta de esta, se fijó en el gran reloj de cuco que adornaba el final del pasillo, era uno de los pocos muebles que había en aquella gran mansión. La niña entró en la habitación, vació la maleta y la colocó debajo de la cama. La habitación era muy oscura. A la pequeña le encantaba mirar por la ventana porque le habían dicho que sus padres siempre estarían mirándola desde el cielo y ella lo creyó, pero aquellas ventanas estaban tapadas con grandes maderas que impedían pasar un rayo de luz. También le encantaba mirar las estrellas y pensar que las dos que más brillaban eran sus padres. Le gustaba quedarse dormida bajo ellas y pensar que todo esto era un mal sueño, que pronto despertaría y se encontraría a sus papás junto a su cama dándole los buenos días y diciéndole que debía levantarse si no quería llegar tarde al colegio. Lo único de todo esto que no le gustaba era que lloviese, porque siempre que llovía la pequeña Évelyn imaginaba que sus padres lloraban porque la echaban de menos y se sentían tristes, esto también provocaba la tristeza de la pequeña. Por desgracia, en aquel pequeño pueblo situado en la nada siempre estaba lloviendo, esto a Évelyn le hacía sentirse más triste de lo que se sentía habitualmente.
Esa misma noche decidió no bajar a cenar con su tía porque estaba demasiado cansada, había sido un día bastante duro para la pequeña. Se tumbó en la cama y antes de que se quisiera dar cuenta se quedó dormida, no tuvo tiempo ni para abrir la cama.
A las doce Évelyn se despertó sobresaltada porque había sonado algo, se levantó de la cama, se calzó sus pequeñas zapatillas y con temor se asomó al pasillo. Suspiró tranquilizándose cuando se dio cuenta de que lo que había sonado era aque gran reloj de cuco. Volvió a la habitación y se tumbó de nuevo en la cama, esta vez si la abrió, pero ya no fue capaz de quedarse dormida con tanta facilidad. Esperó hasta la una a que sonara de nuevo el reloj, pero no sonó. Por lo visto solo sonaba a las doce de la noche y ella no se explicaba el porqué. En el orfanato también había un reloj parecido a aquel, pero este sonaba a cada hora.
Cuando Évelyn abrió los ojos ya era de día, se vistió y bajó al salón. En el salón la esperaba su tía con el desayuno sobre la mesa. La tía Marina nunca se dirigía a Évelyn, excepto para mandarla a la cama, y esto a la pequeña le hacía sentir incómoda. Éveliyn, después de estar pensándolo durante un rato, le preguntó a su tía por qué el reloj de cuco únicamente sonaba a las doce de la noche. La tía Marina pareció como si le costase trabajo contestar la pregunta que le había formulado su sobrina. Finalmente le dijo que no hiciese caso a ese reloj que llevaba años ya estropeado, le contestó sin mirarla a la cara.
Pasaron dos semanas, y la niña siempre escuchaba el reloj a las doce. Ningún día dejó de sonar para avisar la media noche. Esa misma noche la pequeña Évelyn no era capaz de dormir, porque en su cabeza daba vueltas la pregunta de por qué la tía Marina nunca cenaba con ella. Llegaron las doce, y como siempre el reloj del final del pasillo sonó, pero esta vez no fue lo único que sonó. Évelyn escuchó ruidos como si viniesen del salón, abrió los ojos y se quedó callada escuchando durante un rato. Finalmente decidió levantarse de la cama y asomarse al pasillo. Se seguían escuchando ruidos, más que ruidos parecían voces. Évelyn pensó en la televisión, pero entonces cayó en la cuenta de que en la mansión de la tía Marina, durante las dos semanas que ya llevaba allí, no había visto por ninguna parte una televisión. Aunque pareciese extraño, la tía Marina no tenía televisión. Évelyn pensó que la tía Marina debía de aburrirse mucho y por eso se pasaba la mayor parte del día durmiendo. No hablaba con nadie ya que por allí no se había visto ninguna persona, ni siquiera hablaba con la pequeña. Évelyn estaba asustada, pero volvió a recordar las palabras de la hermana Arcen y se armó de valor y decidió salir de la habitación. El pasillo estaba oscuro y Évelyn no sabía donde se encontraban los interruptores. Tampoco había visto ninguno desde que vivía allí, por eso cuando oscurecía la tía Marina mandaba a la pequeña a su habitación. La niña siguió caminando por aquel largo y oscuro pasillo. Cada vez se encontraba más cerca del gran reloj de cuco. Bajó sigilosamente las escaleras de caracol, y a medida que bajaba oía todo con más claridad. Escuchó risas y palabras. Todo aquello a Évelyn le resultaba muy extraño y por eso siguió caminando dispuesta a averiguar qué es lo que estaba pasando.
La pequeña se encontraba ya al lado de la puerta del salón, pero no se atrevía a entrar, sin embargo ahora estaba segura de todo lo que escuchaba, eran conversaciones entre bastante gente y abundantes risas. Finalmente Évelyn se llenó de valentía y decidió dar aquel paso que le impedía ver todo lo que estaba sucediendo.
Cuando Évelyn dio aquel paso y se situó ante la puerta del salón, la pequeña abrió los ojos como platos, y todas las risas que antes se escuchaban se convirtieron de repente en incómodos silencios.
Évelyn no podía creerlo, a lo largo de aquella gran mesa se encontraban todos sus familiares, incluido sus padres, pero aquellas conversaciones antes escuchadas no procedían de personas, sino de espíritus. Ahora pudo entenderlo todo.
Todos sus familiares no estaban lejos de la cuidad como le hicieron creer siempre sus padres, sino que estaban todos muertos, y además en extrañas circunstancias. Sus padres tampoco habían muerto en un accidente de tráfico. También se enteró por qué la tía Marina se pasaba el día durmiendo, y de porqué el reloj solo sonaba a las doce. El reloj era el encargado de convocar a toda la familia a la mesa. Entonces también entendió por qué la tía Marina le dijo que no podía instalarse en ninguna otra habitación porque estaban ya todas ocupadas, y era cierto, allí había más de 12 personas, las cuales se alojaban en aquellas extrañas habitaciones siempre cerradas. Ahora comprendía por qué estaba todo tan oscuro. Y finalmente entendió también por qué la tía Marina se pasaba el día durmiendo, por la mañana estaba muy cansada, debido a que se pasaba toda la noche despierta riendo y charlando con toda sus familia.
En aquella casa se vivía de noche, pero solo podían hacerlo los espíritus. Los espíritus y la tía Marina, aunque la pequeña, nunca pudo averiguar por qué esta también podía hacerlo.
Hace ya mucho tiempo, cuando todos los familiares de la tía Marina vivían, les anunciaron que solo podía quedar un miembro de aquella familia. A partir de este momento fueron muriendo uno a uno hasta quedar solo la tía Marina y la pequeña Évelyn , cuya existencia era desconocida por su tía.
La tía Marina nunca había querido a Évelyn, sin embargo, apreciaba mucho a sus padres, por eso había ido a recogerla al orfanato, porque estos se lo pidieron y porque veía su destino cercano y pensaba que no serviría de nada retardarlo. Nunca le gustó la pequeña y ni mucho menos quería llevársela a su propia casa. La llegada de la niña a la gran mansión anunciaba la muerte de alguna de las dos, y la tía Marina tenía el presentimiento de que la pequeña no iba a morir esa noche.
El sueño de Évelyn se había hecho realidad. Estaba con sus padres pero, de una manera muy diferente a como ella esperaba.






Inma Camacho Delgado

1 comentario:

  1. Muy bien. Se ve ahí la influencia de Poe, en los lugares (el orfanato, la mansión solitaria) y en los hábitos de los personajes que prefieren la noche, como Dupin. Son los gatos, también los negros, los que viven de noche y duermen de día, como la tía de Évelin.

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